viernes, 5 de septiembre de 2014

El conde de Moret

El conde de Moret (Edición impresa, 2014)
Nueva edición !

El conde de Moret

Editorial El Barco Ebrio, 2014

Traducción de Laura Lecocq Oliveri

ISBN: 978-84-15622-03-1

Cuando mencionamos al escritor francés Alejandro Dumas, pensamos en sus novelas históricas más conocidas y en sus personajes, que como D’Artagnan, el conde de Montecristo y José Bálsamo, nos acompañaron a sus lectores desde niños.

Pero Dumas fue un escritor muy prolífico, con más de doscientas novelas publicadas; incursionó en casi todos los géneros literarios, en el teatro, la poesía, los  cuentos y las biografías. Fue uno de los precursores de la novela por entrega, que circulaban en la prensa francesa en la segunda mitad del siglo XIX. Todavía hoy continúan apareciendo escritos y hasta nuevos libros que se mantenían inéditos y que han sido rescatados de los periódicos de esa época.

Ahora en tus manos tienes una nueva novela de Alejandro Dumas, El Conde de Moret. Este libro también tiene una historia muy interesante que debemos compartir. Dumas escribió la novela para el diario parisino “Les Nouvelles” entre 1865 y 1866, nunca fue publicada en forma de libro en Francia. Según Frank Reed, uno de los pricipales estudiosos de la vida y la obra de Dumas, el manuscrito original, con el título Le Sphinx Rouge fue entregado por el escritor a la esposa de un noble ruso, que lo llevó a su país. Después de la revolución bolchevique de 1917, esa familia emigró a Francia y trajo consigo el manucristo, que fue entregado y autentificado por la Biblioteca Nacional de Francia en 1944.

Publicado en francés, primero en Bélgica y después en Francia en 1948, nunca había sido traducida al castellano; hasta que por idea de la Sociedad de Amigos de Alejandro Dumas, grupo virtual de lectores y estudiosos del tema dumasiano y gracias al excelente trabajo de traducción de Laura Lecocq Oliveri; por primera vez los lectores de habla castellana podremos disfrutar  de éste libro que aparece con el título El Conde de Moret, que fue el título original en la publicación del periódico francés en 1865.

El conde de Moret
El lector se preguntará por qué de dos títulos distintos. En las obras de Dumas se mezclan siempre la novela con la historia. Antonio de Borbón, el conde de Moret, un noble descendiente directo de Enrique IV, es el protagonista de la novela; en la lectura podemos compartir su excelente educación, su destreza militar y hasta sus secretos amorosos. Pero en el marco histórico, el protagonista es el Cardenal Richelieu, ministro de estado del rey Luis XIII y que como político contribuyó a la gloria de Francia en esa época.

Muchos recordamos al Cardenal Richelieu que nos presentó Dumas en su famoso libro Los tres mosqueteros; mezquino, intrigante y en constante lucha contra todos los personajes del reino. En éste libro, el autor intentó, creo que con éxito, cambiar un poco esa opinión, y destacar las cualidades de ese gran político  que supo consolidar el poder de Francia con dedicación e inteligencia, y a pesar de la oposición de la corte y del liderazgo de un rey débil e influenciable.

En éste libro no solo disfrutaremos de la vida del conde de Moret y su pasión por Isabel de Lautreu, dama de honor de la reina Ana de Austria; también podremos adentrarnos en la alta política del Cardenal y sus estrategias para ayudar al rey Luis XIII en la dirección del reino. Con esto buscaba Richelieu neutralizar las intrigas de la reina madre, María de Médicis, desbaratar las conspiraciones de la reina Ana de Austria y hasta arreglar el nacimiento de un hijo, en una pareja real que no mantenía relaciones íntimas y que luego de varios años de matrimonio no habían podido dar el heredero necesario para el mantenimiento de la monarquía francesa.
 
A los amantes de los episodios épicos, magistralmente narrados por Dumas en sus libros, les espera una detallada descripción del asedio y de la batalla del paso de Suze, donde se une una vez más la novela y la historia; la valentía de Moret y la estrategia de Richelieu; la vida y las pasiones del protagonista y la destreza política y la ambición del Cardenal. Este libro que tiene en sus manos gracias a la Editorial El Barco Ebrio, es un sueño de algunos hecho realidad y esperamos que  lo pueda disfrutar.

Manuel Alfredo Galguera

El libro se puede comprar en los siguientes enlaces:





domingo, 24 de agosto de 2014

Alejandro Dumas. Su vida y sus obras dramáticas

Alejandro Dumas. Su vida y sus obras dramáticas

Por Manuel Galguera

Publicaciones Entre Líneas
Miami, 2014

De pláceme pueden estar los amantes al teatro y a las obras de Alejandro Dumas, escritor y dramaturgo francés, nacido un 24 de julio de 1792, en Villers-Cotterêts, Francia. Pues el doctor Manuel Galguera, pone en manos de los lectores un libro, dividido en dos partes o capítulos, donde a modo de compendio nos muestra
aspectos de la vida del excelso escritor, así como un resumen cronológico de sus obras dramáticas que incluye la sinopsis de las mismas.

Galguera, ilustra además las páginas de este libro, con algunas imágenes de personajes importantes en la vida del escritor. Para Publicaciones Entre Líneas, es un verdadero privilegio, contar en su inventario con un libro como este, que sin lugar a dudas eleva o consolida nuestro acervo cultural.

 Un hecho importante en este libro, es la selección del texto de la primera parte, donde podemos escuchar al propio Dumas, cómo en primera persona, nos cuenta los avatares por los que tuvo que transitar desde sus inicios hasta el éxito. Sin dudas es un libro, que en la sabia selección y compendio de Galguera —como buen amante a las letras de Dumas—, radica su mayor mérito.

PEDRO PABLO PÉREZ SANTIESTEBAN
Escritor y poeta.
Publicaciones Entre Líneas



domingo, 17 de agosto de 2014

Un baile de máscaras

Un baile de máscaras
(Un Bal masqué)

Cuento corto de Alejandro Dumas padre publicado en 1835 en su colección "Recuerdos de Antony"

Había dado la orden de que se dijese que no estaba en casa para nadie: uno de mis amigos forzó la consigna.
Mi criado me anunció al señor Antony R... Descubrí, detrás de la librea de José, el cuerpo de una levita negra. Era probable, por lo tanto, que el que la llevaba hubiese visto, por su parte, la falda de mi bata de casa. Siendo imposible ocultarme:
-¡Muy bien! Que entre -dije en alta voz.
"¡Que se vaya al diablo!", dije en voz baja.
Cuando se trabaja, sólo la mujer que se ama puede interrumpir a uno impunemente; pues, hasta cierto punto, siempre está ella de algún modo en el fondo de lo que se hace.
Me fui, pues, hacia él con el aspecto medio irritado de un autor interrumpido en uno de los momentos en que más teme serlo, cuando le vi tan pálido y tan descompuesto que las primeras palabras que le dirigí fueron éstas:
-¿Qué tenéis? ¿Qué os ha ocurrido?
-¡Oh! Dejadme respirar -dijo-. Voy a contároslo; pero, ¡qué digo!, esto es un sueño o sin duda, estoy loco.
Se arrojó sobre un sofá y dejó caer la cabeza entre sus manos.
Le miré asombrado: sus cabellos estaban mojados por la lluvia; sus botas, sus rodillas y la parte baja de su pantalón, estaban cubiertos de barro. Me asomé a la ventana y vi a la puerta a su criado con el cabriolé: nada comprendía de aquello.
Él vio mi sorpresa.
-He estado en el cementerio del Pére-Lachaise -me dijo.
-¿A las diez de la mañana?
-Estaba allí a las siete... ¡Maldito baile de máscaras!
Yo no podía adivinar la relación que podía tener un baile de máscaras con el Pére-Lachaise. Así es que me resigné, y volviendo la espalda a la chimenea, empecé a envolver un cigarrillo entre mis dedos, con la flema y paciencia de un español.
Cuando terminé de hacerlo, se lo ofrecí a Antony, el cual sabía yo que de ordinario agradecía mucho esta clase de atención.
Me hizo un signo de agradecimiento, pero rechazó mi mano. Por mi parte, me incliné a fin de encender el cigarrillo: Antony me detuvo.
-Alejandro -me dijo-, escuchadme: os lo ruego.
-Pero si hace un cuarto de hora que estáis aquí y no me decís nada.
-¡Oh! ¡Es una aventura muy rara!
Me enderecé, puse mi cigarro sobre la chimenea y me crucé de brazos como un hombre resignado; únicamente que empezaba a creer como él que muy bien podía haberse vuelto loco.
-¿Os acordáis de aquel baile de la Ópera, en que os encontré? -me dijo, después de un instante de silencio.
-¿El último, en el que había a lo más doscientas personas?
-Ese mismo. Os dejé con la intención de irme al de Variedades, del cual me habían hablado como cosa curiosa en medio de nuestra curiosa época: usted quiso disuadirme de que fuese; la fatalidad me empujaba a aquel sitio. ¡Oh! ¿Por qué no ha visto usted aquello; usted, dedicado a describir las costumbres? ¿Por qué Hoffman o Callot no estaban allí para pintar aquel cuadro fantástico y burlesco a la par que se desarrolló ante mis ojos? Acababa de dejar la Ópera vacía y triste y encontré una sala llena y gozosa: corredores, palcos, plateas, todo estaba lleno.
"Di una vuelta por el salón: veinte máscaras me llamaron por mi nombre y me dijeron el suyo. Eran celebridades aristocráticas o financieras bajo innobles disfraces de pierrots, de postillones, de payasos o de verduleras.
"Eran todos jóvenes de nombre, de corazón, de mérito; y allí, olvidando familia, artes y política, reedificaban una tertulia del tiempo de la Regencia en medio de nuestra época grave y severa. ¡Ya me lo habían dicho y, sin embargo, yo no había querido creerlo! Subí algunas gradas, y, apoyándome sobre una columna, y medio escondido por ella, fijé los ojos en aquella ola de criaturas humanas que se movían a mis pies. Aquellos dominós de todos los colores, aquellos vestidos pintorreados y aquellos grotescos disfraces, formaban un espectáculo que no tenía semejanza con nada humano. La música empezó a tocar. ¡Oh! Entonces fue ella. Aquellas extrañas criaturas se agitaron al son de aquella orquesta cuya armonía llegaba a mis oídos en medio de gritos, de risas y de algazara; se cogieron unos a otros por las manos, por los brazos, por el cuello: se formó un gran círculo, empezando entonces un movimiento circular; bailadores y bailadoras pateando, haciendo levantar con ruido un polvo cuyos átomos hacía visibles la pálida luz de las arañas; dando vueltas con velocidad creciente y con extrañas posturas, con gestos obscenos, con gritos desordenados: dando vueltas cada vez con más rapidez, tirados por tierra como hombres borrachos, dando alaridos como mujeres perdidas, con más delirio que alegría, con más rabia que placer: semejantes a una cadena de condenados que hubiesen cumplido, bajo el látigo de los demonios, una penitencia infernal. Aquello ocurría en mi presencia y a mis pies. Sentía el viento que producían en su carrera: cada uno de los que me conocía me decía, al pasar, alguna palabra que me hacía enrojecer. Todo aquel ruido, todo aquel murmullo, toda aquella confusión, toda aquella música, estaban en mis oídos como en la sala. Muy pronto llegué a no saber si lo que tenia ante mis ojos era sueño o realidad; llegué a preguntarme si no era yo el insensato y ellos los razonables: se apoderaban de mí extrañas tentaciones de arrojarme en medio de aquella bacanal, como Fausto a través de las regiones infernales, y sentí entonces que tendría gritos, gestos, posturas y risas como las suyas. ¡Oh! De aquello a la locura no hay más que un paso. Quedé asombrado y me lancé fuera de la sala, perseguido hasta la puerta de la calle por aullidos que parecían aquellos rugidos de amor que salen de la caverna de las bestias feroces.
"Me detuve un instante bajo el pórtico para tranquilizarme. No quería aventurarme en la calle lleno mi espíritu de tanta confusión: es muy fácil que no hubiese conocido el camino: es muy fácil que hubiese sido atropellado por un coche sin quererlo yo mismo. Me encontraba en ese estado en que se encuentra un hombre borracho que empieza a recobrar la razón suficiente en su cerebro ofuscado para darse cuenta de su estado y que, sintiendo que recobra la voluntad, pero no aún el poder, se apoya, inmóvil, con los ojos fijos y extraviados, contra un poyo de la calle o contra un árbol de un paseo público.
"En este momento, un coche se detuvo ante la puerta: una mujer salió de su puertecilla o, más bien, se precipitó fuera de ella.
"Entró bajo el peristilo, volviendo la cabeza a derecha e izquierda como una persona perdida. Vestía un dominó negro y tenía la cara cubierta con un antifaz de terciopelo. Llegó hasta la puerta.
“-¿Vuestro billete? -le dijo el portero.
"-¿Mi billete? -respondió ella-. No lo tengo.
"-Pues, entonces, tomadlo en la taquilla.
"La mujer del dominó volvió bajo el peristilo, registrando vivamente todos sus bolsillos.
"-¡No traigo dinero! -exclamó-. ¡Ah! Este anillo... Un billete de entrada por este anillo -dijo ella.
"-Imposible -respondió la mujer que vendía los billetes-; no hacemos negocios de ese género.
"Y rechazó el brillante, que cayó a tierra y rodó hacia mi lado.
"La mujer del dominó permaneció inmóvil, olvidando el anillo y abismada, sin duda, en algún pensamiento.
"Yo recogí el anillo y se lo presenté.
“Vi, a través de su antifaz, que sus ojos se fijaban en los míos; me miró un instante con indecisión. Después, de repente, pasando su brazo alrededor del mío:
"-Es necesario que me paguéis la entrada -me dijo-. ¡Por piedad, es necesario!
"-Yo salía ya, señora -le dije.
"-Entonces dadme seis francos por este anillo, y me habréis hecho un servicio por el que os bendeciré toda mi vida.
"Volví a poner el anillo en su dedo; fui a la taquilla y tomé dos billetes. Entramos juntos.
"Una vez llegados al corredor, sentí que vacilaba. Formó entonces con su segundo brazo una especie de anillo alrededor del mío.
"-¿Sufrís? -le dije.
"-No, no: esto no es nada -repuso ella-. Un desvanecimiento: eso es todo
º"Y me condujo hacia el salón. Entramos en aquel gozoso Charenton. Tres veces dimos la vuelta abriéndonos paso con gran pena por entre aquella multitud de máscaras que se empujaban las unas a las otras: ella, estremeciéndose a cada palabra obscena que escuchaba; yo, avergonzado de que me viesen dando el brazo a una mujer que se atrevía a escuchar tales palabras. Después nos volvimos al extremo del salón. Ella se dejó caer sobre un banco. Yo permanecí de pie ante ella, con la mano apoyada en el respaldo de su asiento.
"-¡Oh! Esto debe pareceros muy extravagante -me dijo-: pero no más que a mí: os lo juro. Yo no tenía idea alguna de esto -miraba al baile-, pues ni aun en sueños he podido ver tales cosas. Pero, vea usted, me han escrito que estaría aquí con una mujer. Y ¿qué mujer será esa que se atreve a venir a un sitio semejante?
"Yo hice un gesto de asombro; ella lo comprendió.
-Quiere usted decir que yo también estoy aquí, ¿no es verdad? ¡Oh! pero ya es otra cosa: yo lo busco, yo soy su mujer. Estas gentes vienen aquí impulsadas por la locura y el libertinaje. ¡Oh! Pero yo vengo por celos infernales. Hubiera ido a buscarle a cualquier parte: por la noche, a un cementerio, hubiera ido a Greve el día de una ejecución, y, sin embargo, os lo juro, cuando era joven, no he salido ni una sola vez a la calle sin mi madre. Mujer ya, no he dado un paso fuera de casa sin ir seguida de un lacayo; y, sin embargo, heme aquí, como todas estas mujeres perdidas: heme aquí dando el brazo a un hombre a quien no conozco, enrojeciendo, bajo mi antifaz, de la opinión que de mí habéis podido formaros. ¡Yo comprendo todo esto!... Caballero, ¿habéis estado alguna vez celoso?
"-Atrozmente -respondí.
"-Entonces, seguramente que me perdonáis y que lo comprendéis todo. Conocéis aquella voz que os grita, como si lo hiciese a la oreja de un insensato: "¡Ve!". Conocéis el brazo que, como el de la fatalidad, os empuja a la vergüenza y al crimen. Sabéis ya que en tales momentos uno es capaz de todo, con tal que pueda vengarse.
"Iba a responderle; pero se levantó de repente con la mirada fija en dos dominós que pasaban en aquel momento ante nosotros.
“-¡Callaos! -me dijo.
"Y me arrastró en su persecución.
"Yo estaba metido en una intriga de la que no comprendía nada; sentía vibrar todas sus cuerdas y ninguna me la hacía comprender; pero aquella pobre mujer parecía tan agitada que estaba verdaderamente interesante. Tan imperiosa es una pasión verdadera, que obedecí como un niño, y nos pusimos en persecución de las dos máscaras, de las que la una era evidentemente un hombre y la otra una mujer. Hablaban a media voz; sus palabras apenas llegaban a nuestros oídos.
"-¡Es él! -murmuraba ella-. Es su voz. Sí, sí, es su estatura...
"El más alto de los dos que vestían dominó empezó a reírse.
"-¡Es su risa! -dijo ella-. ¡Es él, señor, es él! La carta decía la verdad. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío!
"Sin embargo, las máscaras avanzaban y nosotros salimos detrás de ellas. Tomaron la escalera de los palcos, y nosotros la subimos en su persecución. No se detuvieron hasta que llegaron a la de la gran bóveda: nosotros parecíamos sus dos sombras. Un pequeño palco enrejado se abrió; entraron en él y la puerta se cerró tras ellos.
"La pobre criatura que yo llevaba del brazo me asustaba con su agitación: no podía ver su cara; pero, apretada contra mí como estaba, sentía latir su corazón, temblar su cuerpo y estremecerse sus miembros. Había algo de extraño en la manera como llegaban a mí los sufrimientos inauditos cuyo espectáculo se desarrollaba ante mis ojos, cuya víctima no conocía y cuya causa ignoraba por completo. Sin embargo, por nada del mundo hubiese abandonado a aquella mujer en semejante momento.
"Cuando ella vio a las dos máscaras entrar en el palco y el palco cerrarse tras ellos, permaneció un momento inmóvil y como herida de un rayo. Después se abalanzó sobre la puerta para escuchar. Colocada como estaba, el menor movimiento denunciaba su presencia y la perdía: yo la tomé violentamente por el brazo, abrí el pestillo del palco contiguo, la arrastré allí conmigo, eché la cortina y cerré la puerta.
"-Si queréis escuchar -le dije-, hacedlo de aquí al menos.
"Ella se dejó caer sobre una rodilla y aproximó la oreja al tabique, y yo me mantuve de pie al lado opuesto, con los brazos cruzados, cabizbajo y pensativo.
"Todo lo que yo había visto de aquella mujer me había hecho creer que era un verdadero tipo de belleza. La parte baja de su cara, que no ocultaba el antifaz, era fresca, aterciopelada y llena; sus labios rojos y finos; sus dientes, a los que el terciopelo que llegaba hasta ellos hacía parecer más blancos, pequeños, separados y brillantes; su mano parecía un modelo; su talle podía abrazarse con las manos; sus cabellos negros, sedosos, se escapaban con profusión de la cofia de su dominó, y su pequeño pie, que apenas se dejaba ver fuera de la bata, parecía no poder apenas sostener aquel cuerpo, ligero, gracioso y aéreo. ¡Oh! ¡Debía ser una maravillosa criatura! ¡Oh, el que la hubiese tenido en sus brazos, el que hubiese visto todas las facultades de aquella alma empleadas en amarle, el que hubiese sentido sobre su corazón aquellas palpitaciones, aquellos estremecimientos, aquellos espasmos neurálgicos, y el que hubiese podido decir: "¡Todo esto, todo esto, es producido por el amor que por mí siente; por el amor que tiene para mí solo entre todos los hombres y es el ángel para mi predestinado!" ¡Oh! ¡Este hombre... este hombre...!
"Estos eran mis pensamientos, cuando de repente vi a aquella mujer levantarse, volverse hacia mí y decirme con voz entrecortada y furiosa:
"-Caballero, soy hermosa: os lo juro. Soy joven, pues tengo diez y nueve años. Hasta ahora, he sido pura como el ángel de la creación. Pues bien...-echó sus brazos a mi cuello- pues, bien: soy vuestra... ¡Tomadme!...
"En el mismo instante sentí sus labios pegarse a los míos, y la impresión de un mordisco, más bien que la de un beso, corrió por todo su cuerpo tembloroso y enloquecido por la pasión: una nube de fuego pasó por mis ojos.
“Diez minutos después, la tenía entre mis brazos, desmayada, medio muerta, sollozando.
"Poco a poco volvió en si. Yo distinguía, a través de su antifaz, sus ojos extraviados; vi la parte inferior de su cara pálida, vi que sus dientes chocaban unos con otros, como si estuviese poseída de un temblor febril. Toda esta escena se presenta aún ante mi vista.
"Recordó lo que acababa de pasar y cayó a mis pies.
"-Si os inspiro alguna compasión, me dijo sollozando, alguna piedad, no fijéis en mí vuestros ojos, no procuréis nunca reconocerme: dejadme marchar y olvidadlo todo. ¡Ya me acordaré yo de ello por los dos!
"A estas palabras se levantó, rápida como el pensamiento que huye de nosotros; se abalanzó hacia la puerta, la abrió, y, volviéndose aún una vez, me dijo:
"-¡Caballero, no me sigáis; en nombre del Cielo, no me sigáis!
"La puerta, empujada con violencia, se cerró entre mí y ella, ocultándomela como una aparición. ¡No he vuelto a verla!
"No he vuelto a verla! Y en los diez meses que han pasado desde entonces la he buscado por todas partes, en los bailes, en los espectáculos, en los paseos. Cuantas veces veía de lejos una mujer de fino talle, de pie pequeño y de cabellos negros, la seguía, me aproximaba a ella, la miraba de frente, esperando que su rubor la descubriese. ¡En ninguna parte la he vuelto a encontrar; en ninguna parte la he vuelto a ver... nada más que en mis noches de insomnio y en mis sueños! ¡Oh! Entonces ella volvía a venir allí; allí la sentía, sentía sus abrazos, sus mordiscos, sus caricias tan ardientes, que tenían algo de infernal; después, el antifaz caía, y la cara más extraña se presentaba a mis ojos, ya velada, como si estuviese cubierta por una nube; ya brillante, como rodeada de una aureola; ya pálida, con el cráneo blanco y pelado, con las órbitas de los ojos vacías, y con los dientes vacilantes y raros. En fin, que desde aquella noche no he vivido, abrasado de un amor insensato por una mujer a quien no conocía, esperando siempre y siempre engañado en mis esperanzas, celoso sin tener el derecho de serlo, sin saber de quién debía estarlo, sin atreverme a manifestar a nadie tamaña locura, y, sin embargo, perseguido , acabado, consumido y devorado por ella.»
Al acabar estas palabras, sacó una carta de su pecho.
-Ahora que te lo he contado todo, toma esta carta y léela -me dijo. La tomé y leí:
Acaso hayáis olvidado a una pobre mujer que no ha olvidado nada y que muere porque no puede olvidar. Cuando recibáis esta carta ya habré dejado de existir. Entonces, id al cementerio del Pére-Lachaise, decid al conserje que os enseñe, de las últimas tumbas, una que llevará sobre su piedra funeraria el sencillo nombre de María, y cuando estéis en presencia de esta tumba arrodillaos y rezad.
-Pues bien -continuó Antony-; he recibido esta carta ayer y he estado allí esta mañana. El conserje me condujo a la tumba y he permanecido ante ella dos horas, arrodillado, rezando y llorando. ¿Comprendes? ¡Aquella mujer estaba allí!... ¡Su alma ardiente había volado; su cuerpo, consumido por ella, se había doblado hasta romperse bajo el peso de los celos y de los remordimientos! ¡Estaba allí, a mis pies, y había vivido y muerto desconocida para mí, desconocida... y ocupando un lugar en mi vida como lo ocupa en la tumba; desconocida... y encerrando en mi corazón un cadáver frío e inanimado como el que se había depositado en el sepulcro! ¡Oh! ¿Conoces cosa alguna semejante? ¿Has oído algún acontecimiento tan extraño? Así es que ahora, adiós mis esperanzas, pues jamás volveré a verla. Cavaría su fosa y no podría encontrar ya allí los restos con que poder recomponer su cara. ¡Y continúo amándola! ¿Comprendes, Alejandro? La amo como un insensato; y me mataría al momento para unirme a ella si no supiese que ha de permanecer desconocida para mí en la eternidad, como lo ha sido en este mundo.
A estas palabras, me quitó la carta de las manos, la besó varias veces y se puso a llorar como un niño.
Yo lo abracé, y, no sabiendo qué responderle, lloré con él.
FIN

sábado, 9 de agosto de 2014

Georges

Título: Georges

Categoría: Alejandro Dumas padre

Género: Novela

Año de publicación: 1843

Marco histórico: Isla Mauricio, 1810-1824

Edición original: París, Dumont, 1843.

En la Biblioteca: Georges, Plaza & Janes Editores. 1ra edición, Barcelona, 1999. Traducción de Esther Andrés.

Isla Mauricio
Georges es considerada la primera obra maestro en el género de novela romántica de Alejandro Dumas. Recrea el período entre 1810 a 1824 en la isla Mauricio, colonia de Francia en el océano Indico, que junto a otras islas del mar Caribe, se dedicaban a las plantaciones agrícolas y donde fueron introducidos como esclavos muchos negros procedentes de Africa. Los negros se mezclaron con los colonizadores franceses y surgieron los mulatos, algunos de los cuales se convirtieron en dueños de plantaciones, después de la influencia de la revolución francesa y sus corrientes liberadoras dentro de las islas.

La novela se incia en 1810, cuando fuerzas invasoras inglesas desembarcan en Mauricio y son repelidas por el ejército francés junto a un grupo de voluntarios isleños. El mulato Pierre Munier, acompañado de sus dos hijos, intenta unirse al grupo de voluntarios, pero es rechazado por el color de su piel. Humillado, pero con deseos de luchar, levanta una tropa independiente solo de negros y mulatos, que fue determinante en la victoria francesa contra los invasores.

Después del conflicto, Munier decide enviar a sus dos hijos a Francia y quince años más tarde, Georges, su hijo menor, regresa a la isla convertido en un hombre rico, con una educación impecable y una gran influencia con el nuevo gobernador británico en la isla.

En una fiesta organizada por el gobernador, Georges inicia un romance con una joven blanca, Sara. Hija de una familia que no lo acepta por su condición de mulato; este rechazo lo conducirá a una rebelión sin precedentes contra el orden establecido, en una trama amorosa y dramática que desarrollan sus protagonistas.


 En esta novela se pueden reconocer rasgos del gran novelista detrás de sus personajes, porque Dumas utiliza como tema central el racismo, acentuado en las colonias con la existencia de la esclavitud. Aunque este es un tema que sufrió el propio autor, por sus antecedents familiares, es raramente utilizado en sus obras.

Alejandro Dumas. Vida y Obra.

Alejandro Dumas. Vida y Obra.
Editorial Balam, México, 2009.
Por Isabel Juvera, México

La obra de Alejandro Dumas siempre ha apasionado al público de habla hispana. Muchos de sus libros se tradujeron al español pocos meses después de su publicación. Por eso, cuando Dumas visitó España en 1846, se quedó sorprendido al ver que desde el oficial de la frontera hasta el dueño del hotel y el cochero de Madrid lo reconocieron como el autor de Los tres mosqueteros.

Este interés por la obra de Dumas también está muy extendido en América. A partir del materiales recuperados por los autores, surge la primera colección de argumentos, análisis literario y revisión bibliográfica en español de lo más esencial de la obra del prolífico autor, entre novelas, narraciones y biografías que cubren la historia de Francia, desde 1328 hasta 1832, así como cuentos, libros de viaje, artículos políticos, teatro y un largo etcétera.

La agrupación de las obras por temas y el excelente trabajo gráfico de Carlos Juvera, que no solo ambienta la lectura desde el punto de vista estético, sino que refuerza la comprensión de cada obra con la imagen de la edición príncipe en la mayoría de los casos y un remate bibliográfico que incluye las ediciones originales, según la Bibliografía de Alejandro Dumas, de Frank Reed, y las ediciones disponibles en español.

En las primeras páginas se puede encontrar la biografía del autor, y, en las últimas, la información correspondiente  a ciertas obras que le han sido adjudicadas, pero que no fueron escritas por él.

Alejandro Dumas. Vida y Obra es la primera revisión bibliográfica de éste autor francés que se publica en español. Los autores, Mercedes Balda, es licenciada en psicología, coleccionista y estudiosa de la vida y obra de Dumas, creadora de la página web Alejandro Dumas, Vida y Obras, reside en Lima, Perú, y Manuel Galguera es doctor en medicina e, igualmente, coleccionista y estudioso de la obra de Dumas, con varias publicaciones sobre el tema, reside en Miami, USA.

 El libro fue editado y se distribuye por Servicios Editoriales / Balam Editorial (www.servicioseditoriales.net

Gabriel Lambert

Título: Gabriel Lambert

Categoría: Alejandro Dumas padre

Género: Novela

Año de publicación: 1844

Marco histórico: 1831-1842

Publicado en el diario “La Chronique” entre marzo 15 a mayo 1ro de 1844.

Edición original: París, Souverain, 1844

En la Biblioteca: Le Bagnard de l’Opéra. Librio Editorial, París.



Dumas paseaba por el puerto de Tolón en su viaje por el sur de Francia, cuando encuentra un grupo de condenados a galeras y reconoce un rostro que le es familiar. Su nombre, Gabriel Lambert no le ayuda mucho, pero cuando le dicen que su sobrenombre es el vizconde de Faverne, recuerda haberlo visto en un duelo en París, donde uno de sus amigos lo retó a demostar su verdadera identidad.

Gabriel era un provinciano sin dinero ni título, que en París se hace pasar por noble mediante el engaño y la falsificación de documentos. Cuando esta a punto de casarse con una joven aristócrata es descubierto por la justicia y condenado a muerte. Pena que se le conmuta por la galeras, que es una muerte en vida.

Dumas nos plantea en este libro el tema de la justicia del hombre, la pena de muerte y las condiciones infrahumanas en que eran mantenidos los presos.